15.02.2010

El revolucionario decepcionado

Nadie sabe cómo va a acabar su vida. Se ha dicho tantas veces que, como toda la sabiduría popular, se ha transformado en un adagio odioso, en vez de la sentencia condenatoria que es.

"Nos persiguieron a tiros muchas veces. Estábamos en una zona montañosa de modo que los desniveles actuaban a nuestro favor y en nuestra contra; veces sí y veces no. Uno piensa en lo rígido de las cosas, en lo fácil que es terminar con la existencia de alguien, en que a veces ello es necesario, en que si no fuera necesario uno siempre puede justificarlo, y en que todo mundo llega a creerse en algún punto de su vida juez legítimo de los demás.

¿Qué mejor que montarse en un tribunal donde la víctima no puede defenderse? Esa es la única justicia que todos deberían de conocer, la otra es dialéctica sosa, la otra se olvida después de un rato, la otra deja a muchos culpables vivos. Lo llamo tribunal, y al hacerlo me equivoco como tantos otros. Debo corregirme: lo que quiero yo es un patíbulo; no sólo yo, eso lo quieren muchos.

Estamos escondiéndonos de nuevo; acorralados, lo único que resta es enfilarse a un valle. Algo es seguro, bajando allá, podrán fusilarnos como patos de plástico en un juego de feria. ¿Garantía de morir? Tal vez. Sin embargo, tal vez nos salve Dios, y se ponga del lado de los débiles por una vez en la historia. O tal vez nos deje morir como a Jesucristo. Así como él, tal vez sirvamos más a la humanidad como mártires que lo que servimos viviendo en esta tierra. Repaso lo que he dicho: que pensamientos tan sufridos, tan blandos, dignos de un condenado que quiere que le tengan piedad. 'Te tiras al suelo para que te recojan' me dijeron muchas veces. Tenían razón: siempre que estoy desesperado quiero piedad y lástima. 

A nadie podemos ayudar ya. Siempre tratamos de llevar nuestra angustia y preocupación como virtud, para ayudar a los demás y mostrarles que nadie tiene que vivir con la cabeza agachada. Pero hoy día, hasta los pobres nos reprochan el que los defendamos. Del lado cristiano se nos reprocha que negamos al hombre al negar los mandamientos de Dios, que sin sus leyes, cada quien es libre de condenar los puntos de vista y los actos de los demás.

¡Necios! Ese reproche es el miedo de elevarse por encima de los demás, porque quien condena dice "J'accuse!", quien condena exige, quien condena no espera a que Dios haga justicia.

Enfilamos hacia el valle. Me aposté contra un árbol. Ya sabía que nos iban a matar a tiros. Renuncié: por seriedad o por excusas, me escondí. Me repetí "nos van a matar a tiros a todos" y así me libré de pelear junto con los demás. Me creí necesario: "Debo salvarme yo" cuando sé que nadie está aquí sino por el azar.

¿De qué sirvió tener la maldita seguridad de saber cómo íbamos a morir, si al final todo acabó siendo tan terrible y amargo que como si no lo hubiéramos sabido? Por eso, ejercí mi libertad. Decepcionado, cuando los ví muertos a todos, escapé de la única forma que pensé podría liberarme: me pegué un tiro. Y me equivoqué, por que el suicidio es de cobardes."

Keine Kommentare:

Kommentar veröffentlichen

Escriba su comentario abajo.