28.04.2010

Paz propia

Nadie puede torturarlo a uno mejor que uno mismo. Dentro de sí está todo lo que uno puede usar como un arma, todo lo doloroso y lo brillante, las propias glorias, todo lo que debe de ser recordado y lo que no se puede condenar al olvido.

Pero si esto es verdad, dentro de uno mismo está también entonces la llave, la fuente; la propia tranquilidad.

Cada persona, cada individuo es para sí mismo su propio absoluto. La diferencia entre ser dueño de sí y ser víctima de las propias obsesiones está en lo tanto que podamos soportar hasta al fin tener compasión de nuestra propia alma.

19.04.2010

Meditando

(Sentados)
Si llega un pensamiento, identifíquenlo y déjenlo ir.

(Silencio)
No creo que sea posible extinguir los pensamientos. Es como un diálogo interno que nunca muere, el hecho de que exista significa que uno existe, que la conciencia existe.

(Silencio)
Sin embargo, se puede reducir y encauzar.

(Afuera)
Al principio es difícil. Pero creo que es más fácil cuando imaginas el pensamiento como algo...

- Cuando lo enmarcas.

Sí, cuando lo haces como un objeto y después lo apartas, lo haces a un lado. Como romperlo.

-Es como pensar en el pensamiento y no dentro del pensamiento. Como selbstbewusstsein pero hacia un pensamiento. No seguirlo, pero tampoco tratar de esforzarse en desaparecerlo.

Sí, exacto.

14.04.2010

Nunca dejamos de serlo

Alguien ha dicho que el hombre es a los diez años un animal,
A los veinte un loco,
A los treinta un fracasado,
A los cuarenta un farsante
Y a los cincuenta un criminal.

El Libro del té, página 96.

12.04.2010

En blanco

Nunca he escrito para tener razón. Eso no hace menos difícil el no tenerla.

Si pudo pasar en cualquier lugar, jamás sucedió

He estado muchas veces en no-lugares. Escenarios improbables o aquellas situaciones que mueren porque si existen demasiado tiempo tendrían que revelarse. Así son las calles transitadas. La calle es ahí donde la gente pasa, ahí por donde van, lo que pisan sin reparo al andar. Si algo se vaciase, si todas esas personas ya no fueran vistas jamás a su paso por esta avenida innominada, sería ella quien no tendría reparo en carecer de paseantes. Sería ella quien cobraría más importancia que cualquier persona que alguna vez haya decidido transitarla. Pasaría de ser un no-lugar a ser una no-persona. Y es así como imagino solo al mundo - vivamente indiferente.

Lugares con nadie, lugares sin nadie; es difícil hacerlo comprensible porque uno siempre se cree la falacia de que es una persona, de que es alguien que existe. Nadie es sin ser en el mar de los demás, nadie es sin ser donde uno se encuentra, y nadie lo sabe. Ignorar eso es como vivir sin saber que antes de nacer ya alguien te ha martillado con un nombre y te ha hecho un hombre maldito. Sin embargo, hay en ello hay un poco más de humanidad que de maldición, justo así como en el acto de abjurar hay mucho más que ser el secretario de las propias sensaciones; es ser el rey de ellas, comandándolas al olvido.

Habré tropezado más de alguna vez con lugares así, pero nunca más de dos en un día. Son jardines de tranquilidad desértica. Son arenales de paz, son santuarios de silencio y de condenación. La condenación es clara - es a quien se digna a observarlos.

Salgo de estos lugares porque dejan de existir. Siempre podría quedarme en ellos, dejar de caminar y esperar que se deslizen debajo de mis pies como un tapete, pero ello sería inútil. Sé que no durarán. Sé que se deslizarán. Sé que podría sentarme en donde esos lugares nacieron y murieron, y que nada se conmovería ante mi pérdida. Es por eso que sigo caminando. Jamás me que quedado a ver que pasa cuando esos lugares se desintegran por la misma razón por la que nadie debería de atreverse a preguntar por la gloria de la historia de los pueblos. Por la misma razón por la que alguien que hubiera vivido en todas las épocas no podría decir sin mentir que una ha sido mejor que la otra. Esa razón es el desencanto.

Frente a mí, columnas, personas y autos, postes y lámparas, calles y cosas y todas las demás cosas que siempre he despreciado nacen de nuevo bajo la misma luz. Los que no observan no creen que no pueden ver, tampoco los que observan ven algo que sea para los demás inaccesible. Quien ve sabe que observar aparta, de los demás y de sí mismo.

Mis ojos han pasado muchas veces por objetos pero mi fascinación es con el cauce del desgaste. Lo imagino como un cauce gris, como si a su paso se tiñieran los objetos de ese color. Los muros y el suelo siempre parecen estar muertos de cansancio. No he visto construcción en la que no se observe el secreto deseo de derrumbarse y descansar. Todas las torres que he visto ruegan por un momento de reposo, y me hacen deleitarme con pensamientos del reposo que obserquiarían a sus ocupantes si un día de abandonaran al descanso, lejos del auspicio de su insomnio.

07.04.2010

Dos y cuatro

No bien había puesto un dedo en medio de la taza para revolver el asiento de té que había quedado, cuando ésta se partió en dos. No bien había decidido tratar de ver si podía juntar las dos mitades y restaurar la taza cuando la mesa se partió en dos, y la silla también. De golpe al suelo y caí en medio de la taza. Vi un dedo acercarse al centro, donde estaba yo. No me quedó más que darme cuenta que estaba ebrio de té. Desde entonces, no consumo más té negro.

06.04.2010

El papel de la repetición en la formación del hombre

Los actos repetitivos, a distintos niveles y frecuencias, eventualmente dan forma al carácter y al espíritu de la raza humana así como una piedra es pulida al paso del agua en un río. No es la fuerza ni la velocidad lo que tiene el efecto transformador, sino la constancia - algo que se repite tiene fuerza por sí mismo, puede invocarse en multiplicidad de repeticiones sin perder fuerza de sustancia, ni de carácter. Cuando algo se repite, automáticamente prueba tener la suficiente sustancia dentro de sí como para invocar una instancia igual de sí mismo sin diluir su carácter. Es más, es mediante esta repetición, este juego de espejos donde las repeticiones se fusionan en un recuento de sí mismas para cobrar más carácter que una sola de sus invocaciones.

Esta cualidad de la repetición es la que va formando el carácter de los hombres, en una variedad tripartita de repeticiones infinitesimales e incesantes que se pueden clasificar en - repeticiones inconscientes, repeticiones volitivas y repeticiones forzadas.

En las repeticiones inconscientes podemos encasillar aquellas en las que el sujeto no tiene consciencia plena de que se acaecen, aquellas instancias donde el sujeto es multiplicado por la repetición, o metido en un túnel de infinitas repeticiones. La naturaleza de las repeticiones inconscientes no es necesariamente aquella de algo que está escondido y es por ello inaccesible – el verdadero quid de las repeticiones inconscientes es de aquellas que mediante la repetición pierden la fuerza de su expresión - aquellas que se cuelan bajo la superficie, aquellas que los individuos han visto pasar tantas veces, que como el aire, a menos de que carguen con alguna impureza ajena, son imperceptibles.

El ejemplo más ilustrativo de una repetición inconsciente es el tiempo. El tiempo, o su pasaje (ambos se transmutan) son repeticiones interiorizadas por los seres humanos. En este sentido, la repetición del tiempo también tiende a una acumulación: el tiempo, al repetirse en sus unidades divisibles e iguales, se apila y es esa acumulación de tiempo, el pasaje de las unidades a través y a la vista de todos, que hace que la flecha del tiempo tenga como sentido 'adelante'. Un ser humano sin esta intuición, no podría percibir el cambio en sus alrededores - simplemente moriría tratando de entender su deterioro sin causa aparente. El tiempo, con su sentido 'hacia adelante', con su infinita repetición de unidades infinitamente pequeñas y tremendamente grandes es lo que también provee de sentido a la muerte, al cambio físico y a las acciones.

La repetición añade una predictibilidad inexistente a un mundo caótico y sin sentido, un mundo que se repite, o en donde se acaecen cosas que se repiten, es un mundo en donde hay objetos, en donde hay modelos y en donde hay conocimientos claramente definidos y delimitados (vida – muerte / presente – pasado / objeto – objeto / sujeto – sujeto / sujeto – objeto). Detrás de la repetición, se esconden el desorden, el sinsentido y la nada.

El tiempo como repetición
El sentido del pasaje del tiempo puede manejarse como cualquier clase de abstracción, como una construcción numérica inmutable, ó como la partición infinita y recurrente de momentos en momentos más pequeños, es la repetición de momentos más y más pequeños que sumados y juntos dan la totalidad de todos los momentos: el tiempo es la partición del todo, sólo presenciando la repetición y ‘adición’ de pequeñas partes puede el ser humano digerir la totalidad de todos los momentos sumados – el todo, la eternidad.

Las ilusiones de la repetición del tiempo
Si pensamos que las repeticiones del tiempo se dan en minutos, segundos, horas, días, tenemos que presuponer que más allá de las construcciones temporales humanas (el minuto tiene sesenta segundos, un año es relativo a la rotación terrestre, etc.), debemos de presuponer la existencia de una sustancia la cual podemos percibir, sentir, medir y relatar. Debe de haber una fuente del tiempo, algo de donde el cambio de los acontecimientos surge. ¿Es la acción, o el movimiento, la fuente del tiempo?

Percepción del cambio – si algo se mueve, presuponemos dos estados diferentes: antes y después. ¿De dónde surge esta partición? Planteemos una fricción. La fricción entre dos estados de las cosas es de donde surge una concepción de diferencia. La repetición surge y se alimenta del perpetuo cambio – sin fricción constante, no habría repetición, y no podríamos derivar sentido alguno del paso del tiempo.

Para ello, imaginemos una planta que lentamente se marchita. Decidimos observarla desde que empieza a marchitarse hasta que muere, y medimos el tiempo en minutos. Los minutos se repiten, son exactamente los mismos, uno tan exactamente bien delimitado como el otro – si pasan seis minutos exactamente, no habrá diferencia entre ellos. Hemos efectivamente medido una transición usando el tiempo en un objeto delimitado por nosotros (la planta).

La diferencia es que el medio utilizado para medir se repite, mientras que cada segundo que pasa es reflejado de una manera irrepetible en el estado de decaimiento de la planta: la repetición da regularidad a un evento irrepetible, imposible de delimitar y medir. Si no fuera así ¿cómo podríamos decir cosas como ‘faltan n segundos para que la planta muera’? No podríamos. Sin la repetición religiosa y obsesiva de unidades de tiempo, jamás podríamos saber (una vez que el acontecimiento se haya sucedido) si la muerte de la planta alguna vez ocurrió.

El tiempo, junto con la repetición, dan sentido, estructura y velocidad a nuestras percepciones de los objetos – cabría aventurar que el tiempo y la repetición dan incluso forma a los objetos que percibimos (sin estados cambiantes, los objetos serían percibidos como una gran nada, sin el estado fluido de las cosas probablemente los seres humanos jamás habrían existido).

Ahora bien, destruyamos los minutos: sin delimitar claramente la pléyade de estados intermedios que existen entre una frontera y otra ¿cómo podemos saber que la repetición de minutos que empuja el paso del tiempo hacia adelante se está sucediendo ante nosotros?

(Ensayo sin terminar, escrito ca. 2008)