12.04.2010

Si pudo pasar en cualquier lugar, jamás sucedió

He estado muchas veces en no-lugares. Escenarios improbables o aquellas situaciones que mueren porque si existen demasiado tiempo tendrían que revelarse. Así son las calles transitadas. La calle es ahí donde la gente pasa, ahí por donde van, lo que pisan sin reparo al andar. Si algo se vaciase, si todas esas personas ya no fueran vistas jamás a su paso por esta avenida innominada, sería ella quien no tendría reparo en carecer de paseantes. Sería ella quien cobraría más importancia que cualquier persona que alguna vez haya decidido transitarla. Pasaría de ser un no-lugar a ser una no-persona. Y es así como imagino solo al mundo - vivamente indiferente.

Lugares con nadie, lugares sin nadie; es difícil hacerlo comprensible porque uno siempre se cree la falacia de que es una persona, de que es alguien que existe. Nadie es sin ser en el mar de los demás, nadie es sin ser donde uno se encuentra, y nadie lo sabe. Ignorar eso es como vivir sin saber que antes de nacer ya alguien te ha martillado con un nombre y te ha hecho un hombre maldito. Sin embargo, hay en ello hay un poco más de humanidad que de maldición, justo así como en el acto de abjurar hay mucho más que ser el secretario de las propias sensaciones; es ser el rey de ellas, comandándolas al olvido.

Habré tropezado más de alguna vez con lugares así, pero nunca más de dos en un día. Son jardines de tranquilidad desértica. Son arenales de paz, son santuarios de silencio y de condenación. La condenación es clara - es a quien se digna a observarlos.

Salgo de estos lugares porque dejan de existir. Siempre podría quedarme en ellos, dejar de caminar y esperar que se deslizen debajo de mis pies como un tapete, pero ello sería inútil. Sé que no durarán. Sé que se deslizarán. Sé que podría sentarme en donde esos lugares nacieron y murieron, y que nada se conmovería ante mi pérdida. Es por eso que sigo caminando. Jamás me que quedado a ver que pasa cuando esos lugares se desintegran por la misma razón por la que nadie debería de atreverse a preguntar por la gloria de la historia de los pueblos. Por la misma razón por la que alguien que hubiera vivido en todas las épocas no podría decir sin mentir que una ha sido mejor que la otra. Esa razón es el desencanto.

Frente a mí, columnas, personas y autos, postes y lámparas, calles y cosas y todas las demás cosas que siempre he despreciado nacen de nuevo bajo la misma luz. Los que no observan no creen que no pueden ver, tampoco los que observan ven algo que sea para los demás inaccesible. Quien ve sabe que observar aparta, de los demás y de sí mismo.

Mis ojos han pasado muchas veces por objetos pero mi fascinación es con el cauce del desgaste. Lo imagino como un cauce gris, como si a su paso se tiñieran los objetos de ese color. Los muros y el suelo siempre parecen estar muertos de cansancio. No he visto construcción en la que no se observe el secreto deseo de derrumbarse y descansar. Todas las torres que he visto ruegan por un momento de reposo, y me hacen deleitarme con pensamientos del reposo que obserquiarían a sus ocupantes si un día de abandonaran al descanso, lejos del auspicio de su insomnio.

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