31.07.2010

Planear, ejecutar, terminar

Vivir una vida congruente tiene el mismo valor que seguir un hilo suelto hasta lograr deshacer una prenda cosida por completo. Si bien quien vive un poco en desacuerdo consigo mismo muere sin recompensa, también quien sigue una línea recta termina del mismo modo.

20.07.2010

En las palabras

Quien aún tiene fé en la palabra escrita se sabe malo para explicarse, o confía en la interpretación de los demás. Es la única manera que un texto plano, parecido a este mismo, puede parecer profundo. En la persona está el confundir los significados, leer entre líneas que no existen, sentir compasión donde no hay lugar para ella, e indiferencia donde falta la atención de alguien. Es así como funcionan las cartas. Es así como la gente se dice cosas que nunca se dijeron: escribiéndolas. Por eso decidí despedirme de alguien así alguna vez: porque no hay peor manera de hacerlo, que se vea más considerada.

16.07.2010

Abandonar

Llevar la sentencia «Nada es importante» fuera del papel, y traducir el empeño nihilista en un empeño negativo. Ejemplo de ello son estas piezas, concebidas ex nihilo, son fragmentos inexistentes, se alimentan de la nada, no provienen de este mundo, se nutren de no estar, de no ser, y se hacen más grandes en cuanto rompen la barrera de la pereza: es el deseo de volver a la no existencia. No a la muerte, sino a la tranquilidad primordial de este mundo, volver al carácter del mundo antes del lenguaje, antes de que su existencia fuera acuñada por palabras. Bañarse en éter, beberlo hasta la intoxicación, amar lo neutro.

09.07.2010

Arranque en falso

Después de tres falsos intentos de comenzar a leer un libro, me volqué a la escritura. No pude escribir nada de valor, y me volqué a la observación. Estaba confinado a mi cuarto, así que salí. Bajé las escaleras para servirme un vaso de agua. Después me senté, nada había cambiado. Miré por la ventana y era de noche. La calle estaba sola, era ya tarde. No habría nadie aunque fuera más temprano, vivo en las orillas de la ciudad, y hay un portón a la entrada para que no entre la gente que no debe de entrar. Pensé en eso un rato, pero el pensamiento era trillado. Seguí sin escribir nada. Seguí sin conseguir distraerme. Me volví al cuarto, y cerré la puerta. Estaba confinado otra vez. Me acosté en la cama, no podía conciliar el sueño. Me torné al libro, otro falso intento. Lo dejé y traté de concentrarme en los pensamientos que me distraían. No pude discernir qué eran, supongo que eran sentimientos entonces. Traté de recordar qué me ponía melancólico, y barajé algunas razones. Todas ellas eran personas. Las quité de mis pensamientos y nada cambió. Pensé en si habría algo más detrás de todo esto. Seguí distraído sin poder apuntar mi atención en ninguna cosa, pero sin poder vaciar mi mente de pensamientos. Pensé que si realmente estaba pensando algo, podría escribirlo. Me torné al lapiz de nuevo pero como siempre, me enfermó escribir algo que tuviera referencias directas a mi persona. Pensé en porqué se me hacía difícil escribir acerca de la vida cotidiana, pero al hacer ficción autobiográfica no cuesta tanto trabajo. Pensé en que las personas que leen algunas cosas que escribo jamás saben hasta qué punto esta línea o la otra son realmente cosas que pienso, o solamente cosas que escribo. Luego pensé en lo cobarde que era eso. Después me repetí de que estaba cansado de decir cosas así, que mejor ni siquiera pensaría qué pienso de mí, y que me dedicaría a enjuiciar a los demás. Después de todo, eso es lo que hace la mayoría de la gente. Después, leí estoy que acabo de escribir y me dije que daba tanta vergüenza, que solo restaba hacer una de dos cosas: destruirlo o publicarlo.

Ahorcado por una corbata

Quien se pone una corbata para ir a trabajar, quien fuma mientras llueve, quien bebe whisky en vasos cortos, quien no se guarda sus palabras... todos farsantes, todos farsantes. Nadie necesita hacer nada de eso mas que cuando uno necesita convencerse a sí mismo de tomarse en serio.

06.07.2010

La geografía de la derrota

Un hombre seguía el curso de un río. En ese entonces, el río era la única guía para llegar de su pueblo a la capital. Los cartógrafos eran escasos y malos en su profesión. Las palabras de las personas no eran dignas de confianza, no porque mintieran, sino porque no sabían nada. El viaje era duro y cansado. Justo antes de llegar a las puertas de la capital, el hombre miró fijamente al horizonte. No podía dejar de pensar en la pregunta que lo asaltó todo el camino. "¿No hubiera sido mejor arrojarse al río, morir y llegar a la ciudad río abajo?" Respondiéndose que habría sido diferente, pero mucho menos cansado, se dio la vuelta para jamás volver. Se colgó de la rama de un árbol poco después.

Sin título

Cuando la vida llega a la saciedad, leer no edifica; destruye. Escribir no ayuda; desangra. Oir se torna doloroso, y escuchar, imposible.