26.09.2010

Política económica I

Aún están vigentes las formas de administración y explotación de la Revolución Industrial. Lo más peligroso de la modernidad es que dichas formas se han hecho más sutiles. La terciarización de la economía no ha cambiado el objeto de la explotación, que es el ser humano, solamente lo ha hecho más directo. A las personas siempre se les ha administrado. Es ahora cuando el enfoque es administrar a las personas utilizando indicadores discretos para medir cualidades intangibles y disfrazando las mediciones de la opresión e incluso induciendo al proletariado a convencerse de que hay algún tipo de desarrollo personal implícito en la explotación del "recurso humano".

La continuidad de los métodos no revela una inmutabilidad de las estructuras, simplemente revela que todas las revoluciones sociales han fallado y que nadie ha conseguido apoderarse de los medios de producción. Las relaciones de producción han cambiado en apariencia pero la clase trabajadora jamás ha cambiado o dejado de existir tanto en sus dimensiones como en sus características, acaso se ha ensanchado en lugar de reducirse.

La proletarización de las clases medias, de los pequeños burgueses es evidencia del ensanchamiento de la clase trabajadora; de nuevo si algo ha cambiado es que aquellos creen que siguen perteneciendo a una clase social más alta de la que realmente representan.

La lectura de esta mañana

Pasaba yo las páginas de un periódico:

"Automóvil usado. 50,000 kilómetros. A negociar. Cambio por automóvil más nuevo también."

Pensé en algunos autos que había visto alguna vez, y en autos que me gustaban. Seguí pasando las páginas. Encontré una esquela:

"F. Fernández, finado. 53 años. Capilla de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, 18 hrs. D.E.P "

Pensé en las veces que escuché que alguien había fallecido, y en personas que ya eran viejas. Seguí leyendo. Me imaginé que pasaría si la esquela dijera "¡Ustedes me mataron!" o alguna otra atrocidad semejante. Pensé en una frase que se me había ocurrido alguna vez.

"Lograr que el comienzo de cada día no diga nada acerca del día en sí." 

De pronto, me iluminé - la única manera en que eso era posible era muriendo. Muerto uno el comienzo del día no dirá nada del día en sí mismo, ¿o sí?. De cualquier forma, era una aseveración muy optimista. Para que fuera cierta en vida, tendría que ir acompañada de música, o de algo más. Por sí sola no funcionaría.

El reparar en semejantes cosas hace mis lecturas distraídas, pero jamás fuí bueno para leer, o para pensar. Siempre hago un poco de las dos. Casi nunca recuerdo muy bien qué ha sido lo último que he leído cuando alguien me lo pregunta. La última vez, no pude recordar el título del libro hasta después de haber dejado de hablar con la persona que me lo preguntó.

De cualquier manera, seguí leyendo. Nada particularmente interesante, sólo era el periódico. Y el inicio de mi día, sí.

15.09.2010

Los hombres y las cuatro vasijas

Llegaron dos hombres con un sabio. Buscaban saber cómo llegar a un monasterio. Llegaron con el sabio, y él les prometió que les diría cómo llegar al monasterio si podían hacer lo siguiente con cuatro vasijas de barro:


  • Hacer sonar una como una campana.
  • Hacer que una fuera igual a una montaña.
  • Llenar de agua una de ellas hasta el tope, y que pesara lo mismo que si estuviera vacía.
  • Conseguir que la otra fuera una digna ofrenda a Dios, a pesar de su austera apariencia.


El primer hombre se puso a raspar una vasija con una piedra, hasta que la pulverizó. Frente al sabio, dijo: -He aquí una vasija que es como una montaña, porque las dos han sido y serán polvo. Después, se levantó y arrojó la otra vasija al suelo. - Ha sonado como una campana al romperse.

El sabio contempló al hombre, y comenzó a cuestionarle acerca de sus respuestas. Entretanto, el otro viajero se aprestó a llenar una vasija con agua, y otra con trigo de una plantación cercana. El sabio le detuvo con un gesto cuando llegó frente a él. "¿Pesa la vasija lo mismo que antes?" El viajero le contestó. -No. Y la otra no es una ofrenda. El sabio casi dejó escapar un gritito de perplejidad, pero se contuvo. "Jamás te daré las direcciones de esa manera."

Y el viajero dijo: "Simplemente iré a preguntarle a alguien más."

Y se llevó las dos vasijas, una repleta de comida, y la otra de agua en preparación para el resto del trayecto. Dejó a su compañero y al sabio detrás rápidamente, no sin antes sentenciar:

"Los hombres que buscan profundidad en una vasija vacía no son dignos de los pensamientos más profundos. Hay que cuidarse de la falsa filosofía."

Los falsos ídolos piden cosas imposibles. Nunca deje usted de ser práctico.


Con afecto para P. Prado, que está en tierras lejanas.