24.11.2010

A sangre y fuego

A veces, las letras sufridas son las más falsas.

Porqué soy apátrida: La falsa conciencia

A veces me pregunto qué tan posible sería refugiarse el en confort de la vida de los demás. Afiliarse a la congregación, creer que las cosas suceden por alguna razón incognoscible pero benévola. Cuando estoy solo, generalmente vivo como recluso. Los pensamientos recurrentes no me dejan concentrarme mucho en nada que valga la pena. Leer ayuda, pero a menos de que pueda concentrarme por más de veinte páginas, no ceso de perderme en divagaciones que van de aquí a allá, rebotando en las paredes. Muchas veces paso las páginas de un libro y de otro, de éste y de aquél, buscando algo que leer. Los he escogido todos yo, sólo dos fueron un regalo - y los escogí yo antes de que me fuesen entregados.

Escribir tampoco funciona bien. No puedo tejer historias, no puedo imaginar personajes interesantes, no puedo terminar un relato, no puedo pensar en nada que no sea el reflejo de mí mismo. Escribir de sí mismo en éste estado puede ser repugnante. Es como hacer una lista de los propios defectos y debilidades. Es tortura. Destruye el alma y el corazón. Lo he hecho muchas veces, avanzando una línea tras otra, sin ganas de releer nada, sin ganas de perdurar en el patetismo, con los vocablos exagerados, exagerando la tragedia propia ante la de los demás. Dejé de escribir cualquier cosa que tuviera que ver conmigo de manera no tácita hace dos años ya. Conocí a alguien que me causó los mismos sentimientos que me llevaron a comenzar a escribir ese entonces. No volví a tomar la pluma. Aún conservo los folios de hace dos años: están en la parte de abajo de un mueble en mi alcoba junto a muchos cuadernos nuevos, todos en blanco. Los compré por mi manía de siempre tener algo con qué escribir. El mismo impulso me llevó a comprar docenas de libros, por si algún día podía hacer una pausa del trajinar diario, por si algún día decidía encerrarme y leer furiosamente, hacer notas, comprender todo lo que en ellos está escrito. No lo he hecho aún. Es una biblioteca decorativa, en gran medida, la reina de muchas falsas impresiones.

Esas dos intenciones se llevaron gran parte de mis energías durante mucho tiempo. No creo poder llevar ninguna de esas dos cosas a cabo. En mi propia opinión, y usando mi juicio, soy un mal escritor ). Un falso bohemio, un charlatán de la palabra, alguien que parece ser culto, pero no lo es. Pero tengo la solución a todo esto. Los problemas que todos tienen - pagar cuentas, involucrarse con alguien, cuidar una propiedad, tener fe en que el futuro promete algo... pienso que todos esos tormentos son algo esencialmente burgués. Jamás asaltarían pensamientos como los propios a quienes deben de preocuparse del presente, del comer en el aquí y ahora, al que sufre pobreza material, al que sufre pobreza espiritual.

La solución es correr a otro lugar, mudarse, ir a un país en donde el idioma no me sea familiar, en donde me cueste trabajo trabar la conversación más casual, donde hablar con el dependiente de una tienda o con un supernumerario de correos se transforme en una odisea, donde la gente lo haga todo más difícil para uno solamente por el lugar de donde uno proviene. He decidido marcharme pronto. Solo tengo que terminar todos mis asuntos en esta tierra para poder liquidar mi vida aquí, para poder partir de una vez por todas y no mirar a ninguna parte. Bajar la mirada, ver como arrastran los pies el polvo. Llegar a donde no hay nada para mí, y ahí perecer, ojalá sea en donde no hay nada para nadie.

23.11.2010

Los fragmentos están (son) más (y menos) de lo que parecen

~ A veces me pongo a escribir páginas de cosas ficticias... porque así me siento, pero a la vez no me pasa nada.
C., á abril de 1999.



Estoy seguro.


Sé que uno de estos días me voy a envenenar a mí mismo, y por error. Siempre cocino para uno, y solo. Y siempre como directo de la olla, es mi manera de ahorrarme la tarea de lavar los platos después de comer. Soy un mal cocinero, pero me he acostumbrado a mi sazón. Y le tengo miedo a mis ollas. Voy a morir envenenado por el plomo. Un día, mi comida sabrá peor de lo normal, pero voy a descartar el mal sabor porque ya estoy acostumbrado a comer cosas que no saben tan bien, pero tampoco saben tan mal y me voy a comer todo ese plomo. Y no sabré más de mí.

~

Voy a dormir hasta tarde. Me voy a levantar a hacer las compras.

~

No, nunca reparé en ello. Siempre pensé que las inventaba. Así, podía acomodar las palabras. Se podía hacer sonar a todas ellas tan poco desesperadas como quisiera. Pero jamás se me ocurrió nada por el estilo. Simplemente me quedaba en el márgen, como todo lo que escribía.

2.
Cuando salí, tenía un mal sabor de boca, semejante al de cepillarse los dientes y haber fumado inmediatamente después. Como tener una cortina metálica sobre los dientes, pero hecha de pasta. Si me regresaba a cepillarme los dientes llevaría retraso. Aún así, salí. Bajé las escaleras y bajé por la calle. Cruzé la calle y me metí al paso peatonal que iba por debajo de la calle. Ví la fuente. Compré un bollo fresco y me lo comí. Y se fué el sabor metálico.

~
(Esto ya es mío)
Y sí me acordaba bien de la Widenmayerstraße.

21.11.2010

Ouverture française

Los corredores del barrio latino están llenos de odio. Ahí vivió ese pobre perro de Cioran. Ojalá que todos ahí sean tan desgraciados como él.