31.10.2015

Rescate, remedio

Si se tratara de llenar páginas con conjuros mediocres que a nadie interesan más que a quien los escribe para usarlos como tabla de salvación, tendríamos más libros en este mundo.


Falsos son los que conspiran conscientemente contra sí mismos. Entre ellos no contemos a los suicidas, ellos remedian, ellos 'se salvan'.

23.10.2015

El Encierro

Relato corto producto de la lluvia y el encierro.

DESPERTÉ. Fue una abrupta reacción ante demasiada luz, ante la luz reflejada en todas las superficies a mí alrededor, desbordándose por su propia abundancia. Es el tipo más terrible de reflejo: el puro reflejo de la luz ante la totalidad de las paredes, blancas todas. Al pasar unos minutos, el aturdimiento inicial cesó y pude empezar a estructurar una impresión de mis alrededores. Me sentí cansado, como si hubiera hecho un gran recorrido, pero no podía recordar nada de ello – un cansancio existente sin razón alguna, sin causa material visible, sin memoria de su inicio; un cansancio que por existir sin memoria, se antojaba  haber existido por siempre.

Estaba en un cuarto completamente cerrado. No había puertas ni entradas visibles, ninguna conexión al exterior. Aun así, el cuarto parecía bastarse a sí mismo y al igual que el cansancio que experimentaba, sin necesitar de algo más para ser del modo que era, o simplemente para estar, parecía enorme, era mi presencia la que lo hacía desesperadamente pequeño, fastidioso, insoportable.

Las paredes eran tan blancas que parecían indicar dos cosas – acababan de ser pintadas, y no habría necesidad de pintarlas de nuevo jamás. De pronto, me sentí atrapado de la peor manera posible: sin memoria alguna de cómo había llegado al lugar en el que estaba, sin recordar siquiera si había habido algún inicio de esto, o si esto era el final de algo, o si solamente yo había estado aquí siempre (y no lo podía recordar). Me puse de pie (estaba acostado cuando abrí los ojos) y giré para captar todos los lados del cuarto. Estaba yo dentro de un ligero rectángulo, con una pequeña diferencia de longitud entre el largo de un par de paredes y el otro.

Tomó varios minutos de observación hacer una medición aproximada careciendo de instrumentos, cada estimación dificultada por la uniformidad del color de las paredes, el piso y el techo. Primero, pensé que me hallaba dentro de un cuadrado, tomó tiempo y concienzuda observación lograr convencerme a mi mismo de que los pares de paredes eran de una longitud disímil.

En uno de los muros del par más largo, estaban encajados un par de tubos grandes y gruesos, aparentemente parte visible de un gran sistema de tuberías, tal vez eran conductos de alguna substancia o gas. Los tubos también estaban pintados de blanco, lo que me había impedido distinguirlos antes: estaban tan bien asimilados en la pared (a pesar de no estar completamente enterrados en ella) que eran casi imperceptibles. Se volvieron más y más fáciles de notar cuanto más me acerqué a ellos. Al acercarme, pude sentir su temperatura, ésta correspondía a la del plomo o algún otro metal a temperatura ambiente.

Habiendo medido las paredes, notado sus detalles y examinado los tubos, y sin más en qué consumir mi tiempo, comencé a hacer lo que una persona desesperada hace tarde o temprano: fijé mí vista arriba, en el techo. En unos segundos, logré divisar una especie de cuadrado, con un patrón de relieve compuesto de pequeños rectángulos. No tenía ninguna manija visible, y si la hubiera probablemente estaba del otro lado del cuadrado-escotilla que tan fijamente miraba yo – ello suponiendo que el cuadrado-escotilla fuera realmente tanto menos de cuadrado que deseaba yo como más de escotilla. Ello también, sujeto a que hubiera algún lugar exterior a donde me encontraba yo, si es que había algún “afuera”, presuponiendo que yo me encontraba de alguna manera “adentro”, o adentro de algo.

Poniendo esas cavilaciones de lado y pensando en términos más prácticos, el techo estaba a una buena altura del piso, haciendo de este remedo de entrada-salida un lugar prácticamente inalcanzable, aunque saltara yo con todas mis fuerzas. Después de vencerme antes de comenzar, pensé en perforar los tubos de la pared de alguna forma, y aunque ello no me daría ningún resultado positivo evidente ni auxilio alguno en mi esfuerzo para alcanzar el cuadrado-escotilla, me sentí inmediatamente dirigido a hacerlo.

Pausé unos segundos, y antes de dar el primer paso me di cuenta de la futilidad de mi no-intento: mis fuerzas no bastarían ni para hacer una leve abolladura en los tubos, estos eran gruesos y robustos, las uniones transversales entre ellos eran de apariencia tan sólida que mis huesos se romperían como cristal al golpearlas.

No tenía muchas opciones – opté por examinar cuidadosamente las paredes. No había grietas ni enmendaduras, y en donde las paredes se unían no había ni un milímetro de espacio; eran paredes herméticas. El pensamiento de qué tanto oxígeno habría aquí adentro, y de si con cada respiración su calidad disminuía pasó rápido por mi mente, e igual de rápido se fue.

Con cada opción de escape fallida, también se agotaban las cosas por ver y registrar, por observar y medir, por partir y agrupar. El cuarto, aunque vacío, se iba vaciando con cada intento de hallar algún sentido, orden o dirección. Si bien había una estructura (ligero rectángulo, cuasi cuadrado), su razón de ser parecía ser incognoscible. A mi no regresaron jamás memorias de ninguna cosa anterior a mi estadía aquí. Justo mientras me perdía en esos pensamientos, voces emanadas desde arriba me alcanzaron. ¡Voces! Fijé mi vista en donde creí que el sonido se había originado. Me quedé callado, pero después de un momento grité. Esperaba que mis gritos resonasen y rebotasen por donde quiera, ya que las voces tenían un particular timbre que solo el pasaje a través del metal podía darles – el cuarto ahogó mis gritos por completo a pesar de ello. En vez de sorprenderme, me resigné por completo.

El cuarto comenzaba a cernirse sobre mí, tanto que me hizo sentarme. Cambió su tamaño en mi particular impresión de él – se volvió más pequeño, parecía querer absorberme, justo como a mis gritos. Empecé a perderme en imaginaciones vacuas, cada vez más tenía la certeza de encontrarme en un submarino, al lado de un cuarto de máquinas mudo, de estar en un espacio vacío, producto de un mal diseño de un ingeniero, o de estar en un espacio sobrante, bodega de improviso, complemento de otros espacios, cuarto hecho de los espacios entre otros cuartos, pintado para disimular el error del que había nacido.

No parecía ser una prisión (el aspecto general era demasiado neutro, casi benevolente), sino parecía más bien ser un lugar olvidado. Vinieron a mi memoria las voces abigarradas que había oído pasar, algunas alegres, las otras calmadas, voces que no parecían estar conscientes de mí o de tenerme desprecio, sino que parecían ajenas enteramente al hecho de que pasaban por encima de mí. Mi cabeza empezó se transformó en un barco hundiéndose, y las certezas abandonaban el naufragio rápidamente – empecé a dudar de mi percepción espacial, cuestionándome de si las voces habían venido de abajo (¿o deberé de decir “abajo”?) o de arriba.

Ahora bien, si no estaba aprisionado, si con una espera lo suficientemente larga no podrá liberarme nadie, solo podía esperar que alguna fuerza ajena a mi propia voluntad me arrancase de aquí por los medios a su alcance y acabara con mi suplicio. Segundos después de pensar eso, me convencí de algo completamente opuesto: me asaltó de nuevo la abstracción especulativa, ya cristalizada, de encontrarme en un espacio entre espacios cuyo propósito de existir era el despropósito, de estar en un lugar definido por su carencia de definición, y cuya identidad se ve devengaba de todo lo demás fuera de él (y fuera de él no había nada).

Entonces, el cuarto pasó de estar en ciernes sobre mí a ser neutro de nuevo, a ser ese espacio donde un par de paredes era ligeramente más largo que el otro. No pude más – presa de mi desesperación, me levanté y comencé a correr a través del cuarto gritando, con los ojos cerrados y la cabeza por delante, como embistiendo a alguien.

Seguí corriendo, y al chocar con la pared a esa velocidad, mis ojos se abrieron, y viendo el color del aire todo a mí alrededor me desvanecí. Por fin pude salir del cuarto.

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Franz Marc (1880-1916) - Versöhnung