El mundo es poco más que un camposanto de necios, de imbéciles.
29.11.2015
Los necios
27.11.2015
Sólo escriben los deshonestos
Quien escribe y se mete a las letras no merece aplauso. Ni es un valiente ni es un talento. Escribir es un acto confesional de someterse a la tiranía del espíritu propio. Quien diga que no es así entonces cae en la otra categoría: la de los ensayistas mercenarios, la de los científicos o la peor, la de los cronistas de la comedia más vulgar del mundo - los periodistas.
31.10.2015
Rescate, remedio
Si se tratara de llenar páginas con conjuros mediocres que a nadie interesan más que a quien los escribe para usarlos como tabla de salvación, tendríamos más libros en este mundo.
Falsos son los que conspiran conscientemente contra sí mismos. Entre ellos no contemos a los suicidas, ellos remedian, ellos 'se salvan'.
Tema:
nihilismo,
obituario,
Ressentiment
23.10.2015
El Encierro
Relato corto producto de la lluvia y el encierro.
DESPERTÉ. Fue una abrupta reacción ante demasiada luz, ante la luz
reflejada en todas las superficies a mí alrededor, desbordándose por su propia
abundancia. Es el tipo más terrible de reflejo: el puro reflejo de la luz ante la
totalidad de las paredes, blancas todas. Al pasar unos minutos, el aturdimiento
inicial cesó y pude empezar a estructurar una impresión de mis alrededores. Me
sentí cansado, como si hubiera hecho un gran recorrido, pero no podía recordar
nada de ello – un cansancio existente sin razón alguna, sin causa material
visible, sin memoria de su inicio; un cansancio que por existir sin memoria, se
antojaba haber existido por siempre.
Estaba
en un cuarto completamente cerrado. No había puertas ni entradas visibles,
ninguna conexión al exterior. Aun así, el cuarto parecía bastarse a sí mismo y
al igual que el cansancio que experimentaba, sin necesitar de algo más para ser
del modo que era, o simplemente para estar, parecía enorme, era mi presencia la
que lo hacía desesperadamente pequeño, fastidioso, insoportable.
Las
paredes eran tan blancas que parecían indicar dos cosas – acababan de ser
pintadas, y no habría necesidad de pintarlas de nuevo jamás. De pronto, me
sentí atrapado de la peor manera posible: sin memoria alguna de cómo había
llegado al lugar en el que estaba, sin recordar siquiera si había habido algún
inicio de esto, o si esto era el final de algo, o si solamente yo había estado
aquí siempre (y no lo podía recordar). Me puse de pie (estaba acostado cuando
abrí los ojos) y giré para captar todos los lados del cuarto. Estaba yo dentro
de un ligero rectángulo, con una pequeña diferencia de longitud entre el largo
de un par de paredes y el otro.
Tomó
varios minutos de observación hacer una medición aproximada careciendo de
instrumentos, cada estimación dificultada por la uniformidad del color de las
paredes, el piso y el techo. Primero, pensé que me hallaba dentro de un
cuadrado, tomó tiempo y concienzuda observación lograr convencerme a mi mismo
de que los pares de paredes eran de una longitud disímil.
En
uno de los muros del par más largo, estaban encajados un par de tubos grandes y
gruesos, aparentemente parte visible de un gran sistema de tuberías, tal vez
eran conductos de alguna substancia o gas. Los tubos también estaban pintados
de blanco, lo que me había impedido distinguirlos antes: estaban tan bien
asimilados en la pared (a pesar de no estar completamente enterrados en ella)
que eran casi imperceptibles. Se volvieron más y más fáciles de notar cuanto
más me acerqué a ellos. Al acercarme, pude sentir su temperatura, ésta
correspondía a la del plomo o algún otro metal a temperatura ambiente.
Habiendo
medido las paredes, notado sus detalles y examinado los tubos, y sin más en qué
consumir mi tiempo, comencé a hacer lo que una persona desesperada hace tarde o
temprano: fijé mí vista arriba, en el techo. En unos segundos, logré divisar una
especie de cuadrado, con un patrón de relieve compuesto de pequeños
rectángulos. No tenía ninguna manija visible, y si la hubiera probablemente
estaba del otro lado del cuadrado-escotilla que tan fijamente miraba yo – ello
suponiendo que el cuadrado-escotilla fuera realmente tanto menos de cuadrado
que deseaba yo como más de escotilla. Ello también, sujeto a que hubiera algún
lugar exterior a donde me encontraba yo, si es que había algún “afuera”,
presuponiendo que yo me encontraba de alguna manera “adentro”, o adentro de
algo.
Poniendo
esas cavilaciones de lado y pensando en términos más prácticos, el techo estaba
a una buena altura del piso, haciendo de este remedo de entrada-salida un lugar
prácticamente inalcanzable, aunque saltara yo con todas mis fuerzas. Después de
vencerme antes de comenzar, pensé en perforar los tubos de la pared de alguna
forma, y aunque ello no me daría ningún resultado positivo evidente ni auxilio
alguno en mi esfuerzo para alcanzar el cuadrado-escotilla, me sentí inmediatamente
dirigido a hacerlo.
Pausé
unos segundos, y antes de dar el primer paso me di cuenta de la futilidad de mi
no-intento: mis fuerzas no bastarían ni para hacer una leve abolladura en los
tubos, estos eran gruesos y robustos, las uniones transversales entre ellos
eran de apariencia tan sólida que mis huesos se romperían como cristal al
golpearlas.
No
tenía muchas opciones – opté por examinar cuidadosamente las paredes. No había
grietas ni enmendaduras, y en donde las paredes se unían no había ni un
milímetro de espacio; eran paredes herméticas. El pensamiento de qué tanto
oxígeno habría aquí adentro, y de si con cada respiración su calidad disminuía
pasó rápido por mi mente, e igual de rápido se fue.
Con
cada opción de escape fallida, también se agotaban las cosas por ver y
registrar, por observar y medir, por partir y agrupar. El cuarto, aunque vacío,
se iba vaciando con cada intento de hallar algún sentido, orden o dirección. Si
bien había una estructura (ligero rectángulo, cuasi cuadrado), su razón de ser
parecía ser incognoscible. A mi no regresaron jamás memorias de ninguna cosa
anterior a mi estadía aquí. Justo mientras me perdía en esos pensamientos,
voces emanadas desde arriba me alcanzaron. ¡Voces! Fijé mi vista en donde creí
que el sonido se había originado. Me quedé callado, pero después de un momento
grité. Esperaba que mis gritos resonasen y rebotasen por donde quiera, ya que
las voces tenían un particular timbre que solo el pasaje a través del metal
podía darles – el cuarto ahogó mis gritos por completo a pesar de ello. En vez
de sorprenderme, me resigné por completo.
El
cuarto comenzaba a cernirse sobre mí, tanto que me hizo sentarme. Cambió su
tamaño en mi particular impresión de él – se volvió más pequeño, parecía querer
absorberme, justo como a mis gritos. Empecé a perderme en imaginaciones vacuas,
cada vez más tenía la certeza de encontrarme en un submarino, al lado de un
cuarto de máquinas mudo, de estar en un espacio vacío, producto de un mal
diseño de un ingeniero, o de estar en un espacio sobrante, bodega de improviso,
complemento de otros espacios, cuarto hecho de los espacios entre otros
cuartos, pintado para disimular el error del que había nacido.
No
parecía ser una prisión (el aspecto general era demasiado neutro, casi
benevolente), sino parecía más bien ser un lugar olvidado. Vinieron a mi
memoria las voces abigarradas que había oído pasar, algunas alegres, las otras
calmadas, voces que no parecían estar conscientes de mí o de tenerme desprecio,
sino que parecían ajenas enteramente al hecho de que pasaban por encima de mí.
Mi cabeza empezó se transformó en un barco hundiéndose, y las certezas
abandonaban el naufragio rápidamente – empecé a dudar de mi percepción
espacial, cuestionándome de si las voces habían venido de abajo (¿o deberé de
decir “abajo”?) o de arriba.
Ahora
bien, si no estaba aprisionado, si con una espera lo suficientemente larga no
podrá liberarme nadie, solo podía esperar que alguna fuerza ajena a mi propia
voluntad me arrancase de aquí por los medios a su alcance y acabara con mi
suplicio. Segundos después de pensar eso, me convencí de algo completamente
opuesto: me asaltó de nuevo la abstracción especulativa, ya cristalizada, de
encontrarme en un espacio entre espacios cuyo propósito de existir era el
despropósito, de estar en un lugar definido por su carencia de definición, y
cuya identidad se ve devengaba de todo lo demás fuera de él (y fuera de él no
había nada).
Entonces,
el cuarto pasó de estar en ciernes sobre mí a ser neutro de nuevo, a ser ese
espacio donde un par de paredes era ligeramente más largo que el otro. No pude
más – presa de mi desesperación, me levanté y comencé a correr a través del
cuarto gritando, con los ojos cerrados y la cabeza por delante, como
embistiendo a alguien.
Seguí
corriendo, y al chocar con la pared a esa velocidad, mis ojos se abrieron, y
viendo el color del aire todo a mí alrededor me desvanecí. Por fin pude salir
del cuarto.
~
Franz Marc (1880-1916) - Versöhnung |
18.04.2015
Tlatlaya
Íbamos pasando como siempre por esa calle seca y jodida.
La bodega
Los disparos
Tlatlaya es ese tiempo cuando el corazón está negro y rojo.
Rojo de sangre y ennegrecido por los balazos.
Aguantando el que muchos escupan sobre mi nombre y sobre mi memoria.
Nada de lo que hice valió la pena para ustedes, pero jamás le pedí a nadie que cargara conmigo. Yo me hice el favor de ir sólo por el camino que me llevó al paredón.
Antes de que esos miserables me fusilaran, pensé:
"He robado, corrompido y he dado muerte a varios."
"Pero al menos no soy soldado."
Tal vez me leyeron la mente y por eso con saña, con mala sangre me ejecutaron en una instancia más del tribunal de plomo.
Basado en un acontecimiento real y en una lectura reciente de "Lo de Antes" de Luis Spota.
La bodega
Los disparos
Tlatlaya es ese tiempo cuando el corazón está negro y rojo.
Rojo de sangre y ennegrecido por los balazos.
Aguantando el que muchos escupan sobre mi nombre y sobre mi memoria.
Nada de lo que hice valió la pena para ustedes, pero jamás le pedí a nadie que cargara conmigo. Yo me hice el favor de ir sólo por el camino que me llevó al paredón.
Antes de que esos miserables me fusilaran, pensé:
"He robado, corrompido y he dado muerte a varios."
"Pero al menos no soy soldado."
Tal vez me leyeron la mente y por eso con saña, con mala sangre me ejecutaron en una instancia más del tribunal de plomo.
Basado en un acontecimiento real y en una lectura reciente de "Lo de Antes" de Luis Spota.
30.01.2015
Imperativo categórico privado
"Vivir la vida propia como si la propia vida dependiera de ello."
Ser desesperadamente sí mismo es la tabla de salvación para quienes no pueden mentirse de manera convincente. Es un viaje desagradable que no es fácil de evitar. Es también un premio de consolación de quienes no pueden crearse una historia.
El viento siempre sopla fuerte en contra de aquellos débiles de voluntad.
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